30 de abril de 2020

Libros, calaveras y molinos que no saben de Don Quijote


No hay puertas que valgan en Tierra de Campos, esa llanura inmensa que discurre entre Palencia, Valladolid, Zamora y León, salpicada de cultivos de girasol, pueblos anclados en la Edad Media y parques eólicos que parecen fuera de lugar.



Tierra de Campos, también conocida como Campo de los Godos, es una comarca que se extiende por cuatro provincias de Castilla y León. De relieve poco accidentado, la zona se caracteriza por un paisaje austero, cubierto de campos de cereal y legumbre, y con una baja densidad de población, En la imagen, crepúsculo desde la atalaya de Urueña, en Valladolid.




Palomares como el de la imagen son típicos en toda esta región, como una prolongación vertical de las arcillosas tierras castellanas. Agrietados, a menudo abandonados, su silueta, emergiendo entre los trigales, es reconocible a kilómetros de distancia y a menudo son el único elemento capaz de romper la monotonía.



A Urueña, encaramada en un otero y rodeada de murallas, se la conoce como la Villa del Libro, un proyecto d ela Diputación de Valladolid que concentra una docena de librerías, aunque no todas abren a diario. Cuenta con uno de los cascos medievales mejor conservados de toda España y fue declarado Conjunto Histórico Artístico en 1975. En la imagen, dos transeúntes pasan bajo la conocida como Puerta del Azogue.



Calle Lagares, pegada a la muralla del siglo XII, y en primer plano la librería 'El Rincón del Ábrego', con un fragmento del Aleph de Borges escrito sobre el dintel de la puerta. El censo de la población ronda las 180 personas, aunque sus vecinos calculan que no habrá más de 40 casas abiertas todo el año y sólo hay cinco menores de edad.



Los espacios abiertos son la seña de identidad de la región, batida por el viento y atravesada por caminos que confluyen en encrucijadas imposibles. La historia de Urueña se remonta a tiempos de los romanos, aunque la muralla y el castillo datan del siglo XII. Abajo, en el valle que se extiende extramuros de la población, se levanta la ermita de Nuestra Señora de la Anunciada, de estilo románico lombardo.




Las reducidas dimensiones del pueblo obligan a sus vecinos a abastecerse fuera. Situado a 40 kilómetros de Valladolid, Medina de Rioseco y Toro, en Zamora, aportan el imprescindible apoyo logístico en estas vastas soledades. Como contrapartida está la belleza del paisaje -en días claros se alcanzan a ver hasta los montes de León-, aunque colonizado cada vez más por parques eólicos.



La ganadería y la agricultura son los principales fuentes de riqueza en Tierra de Campos, una comarca que en algunos aspectos apenas ha cambiado en los últimos siglos. En la imagen, un rebaño de ovejas a punto de ser esquiladas en la carretera que conduce de Medina de Rioseco a Urueña. Pastores, encuadernadores, luthiers, imagineros... oficios en vías de desaparición, aquí sobreviven.




Tamara Crespo, en la imagen, y Fidel Raso son el alma de Primera Página, la librería dedicada a temas de periodismo y fotografía viajes. Aquí es posible encontrar desde obras de Oriana Fallaci, Manu Leguineche o Mariano José de Larra, hasta tratados de fotografía de Robert Cappa, Sebastiao Salgado o del propio Fidel, que documentó el ocaso de los Altos Hornos en su Bizkaia natal, el fenómeno climatológico conocido como 'El Niño' durante su estancia en Ecuador o el drama de la emigración en la valla de Ceuta y Melilla.



Medina de Rioseco alcanzó su momento de mayor esplendor durante el siglo XVI. Fue entonces cuando se construyeron los cuatro mayores templos, coincidiendo con la salida hacia el Nuevo Mundo que dejaron grandes donativos y herencias a la ciudad y sus parroquias. La población se convirtió asímismo en un centro capital para el comercio de la plata que llegaba de las Indias, lo que explica que se convirtiera también en una de las ferias más importantes del reino. Su casco histórico es una malla de calles angostas, soportales sostenidos por columnas y vigas de madera y balcones cuidados con mimo.




Medina de Rioseco, conocida también como la Ciudad de los Almirantes, es una localidad de apenas 4.600 vecinos. El prestigio y relevancia económica que alcanzó la ciudad en tiempos del Descubrimiento de América alentó el surgimiento de las cofradías penitenciales, corrales de comedias, capillas y hospitales. También las procesiones de Semana Santa que han llegado hasta nuestros días y que son su mejor tarjeta de presentación. En la Imagen, iglesia de la Santa Cruz.



Si hay una fecha marcada en el calendario en Medina de Rioseco, esa es la Semana Santa, donde miles de persona se reúnen para disfrutar de un espectáculo declarado de Interés Turístico Internacional. En la imagen, un vecino inspecciona el paso de la Hermandad del Santo Sepulcro en la Iglesia de Santa María de la Asunción.




Si es capaz de sobreponerse a lo macabro del recinto y no es especialmente aprensivo, el osario de Wamba es una de las citas inexcusables de cualquier visita a Tierra de Campos. La localidad, fundada por los visigodos, alberga la iglesia de Santa María de la O. En su interior se encuentra el mayor osario de España y el único visitable. Su caso no es único y sigue la estela -u otros le siguen a él- de lugares tan abracadabrantes como la Cripta de los Capuchinos en Roma, las catacumbas de París o el monasterio de Sedlec, a las afueras de Praga.




El osario de San Juan ocupa la que se conoce como Capilla de las Almas, una pequeña habitación abovedada donde se conserva una inscripción capaz de helar la sangre en las venas: «Como te ves, yo me vi, como ves, te verás, todo acaba en esto aquí, piénsalo y no pecarás». ¿Cabe un resumen mejor de la temporalidad de la vida, de nuestro efímero paso por ella? Antiguamente, los cristianos tenían prohibida la incineración, así que debían ser enterrados en suelo sagrado, alrededor o dentro de las iglesias, como manera más eficaz de alcanzar el paraíso, algo no siempre posible debido a la falta de espacio.




Pero no es el osario la única curiosidad de la iglesia mozárabe de Santa María. En la imagen, capilla de la Palmera, llamada así por la columna de piedra calcárea que sostiene la bóveda y que recuerda a un árbol. Antaño se estableció la costumbre de dar vuelta y pasar la mano alrededor de la columna, de la que se dice que tenía propiedades curativas. El desgaste, sin embargo, parece más fruto de la humedad que ha soportado desde su construcción, ya que por los cimientos del templo discurre una corriente de agua subterránea.



Se calcula que fue en el siglo XVIII cuando, después de cinco siglos acumulando cadáveres, se decidió dar forma a este osario, donde no sólo hay restos de mujeres y hombres, sino también de niños. Era tal la cantidad de restos allí depositados que al término de la Guerra Civil, el científico Gregorio Marañón cargó dos camiones con huesos para llevarlos a Madrid, de manera que los alumnos de anatomía pudieran practicar y de paso datar su origen. Durante años su estado fue tan calamitoso -las humedades provocaron incluso derrumbes-, que se podía ver a los niños del pueblo jugando con los restos por las calles del pueblo.




El mozárabe es un estilo artístico muy presente en la zona y se remonta a los tiempos en que, estando colonizada Tierra de Campos por astur-leoneses, se sumaron mozárabes andalusíes (de ahí su denominación, 'medina', ciudad en árabe). En la imagen, altar mayor de la iglesia de Santa María de la O, en Wamba.



Los parques eólicos han invadido el páramo castellano, hasta el punto de que cada vez son menos los espacios que han logrado mantenerse ajenos a este signo de los tiempos. En la imagen, aerogeneradores en un trigal a las afueras de Ampudia sobre un fondo de cumulonimbos.




Colza, cereales, alfalfa, girasoles... Tierra de Campos tiene una vocación eminentemente agraria. Son 5.000 kilómetros cuadrados de llanuras infinitas, donde emorracharse de palomares, de arte mudéjar y de una gastronomía que presiden los pichones, el cordero, la chacinería y vinos como el de Cigales.



Bodegas en Mucientes, cerca de Fuensaldaña. Estamos en el corazón de la Denominación de Origen Cigales. El subsuelo esconde bodegas donde fermentan algunos de los mejores caldos de la zona, a menudo eclipsados por los vinos de Ribera del Duero. Bajo tierra se esconde un auténtico dédalo de galerías, algunas convertidas en restaurantes. Muy recomendable.



Villamartín de Campos. Y sí, Tierra de Campos es otro ejemplo de lo que se viene en llamar la España despoblada, salpicada de almacenes, fincas y apeaderos a los que la modernidad ha pasado por encima. En la imagen,una torcaz emprende el vuelo tras haber encontrado refugio en las vigas de un edificio en ruinas.


Fuente: El Correo