1 de julio de 2014

Fernando III. Rey de Castilla. (Conferencia impartida por Andrés Barón en Autillo de Campos el 14/06/2014)




Hace apenas dos años se celebraba en los círculos historiográficos, el octavo centenario de un acontecimiento militar: la victoria de las Navas de Tolosa, el gran triunfo de Alfonso VIII sobre los ejércitos almohades. Sin embargo, el soberano de Castilla no tuvo ocasión de aprovechar las oportunidades la misma podía traer consigo. En primer lugar, porque tal como afirman las crónicas, desde ese mismo año de 1212 comenzó en Castilla un periodo de pestes, al que siguió -al parecer motivado por circunstancias climatológicas adversas-, otro de hambrunas, que se generalizó aún más en 1213. En esas condiciones resultaba difícil para Alfonso VIII mantener un ejército operativo al cien por cien para lanzarse a la conquista de los territorios islámicos, prueba de ello fue el fracaso de la expedición cristiana contra la plaza de Baeza, en la que el soberano de Castilla se vio obligado a levantar el sitio y establecer una tregua con los almohades. En segundo, porque la muerte le sorprendió en el año 1214 en el lugar de Gutierre Muñoz, en las cercanías de Arévalo, evento del cual precisamente este año también se conmemora su octavo centenario. En vista de todo esto cabría cuestionarse de qué sirvió verdaderamente esa victoria de Las Navas, porque realmente, lo único que parece observase es una vuelta al statu quo anterior al año 1195, previo a la derrota castellana de Alarcos. En primer lugar, la victoria de Las Navas trajo consigo la destrucción de la capacidad operativa de los ejércitos almohades, así como toda una serie de conflictos internos producidos en el seno de la sociedad andalusí, llegando a cuestionar la autoridad del califa de Marrakech. En segundo, la conquista de los castillos de Ferral, Baños, Tolosa y Vilches, fortalezas que podían considerarse en esos momentos la puerta de entrada a los territorios islámicos, y que sirvieron de base para que desde allí, los ejércitos de Fernando III se lanzasen a la conquista de los mismos, siendo el nuevo monarca quien continuase y finalizase la labor iniciada por Alfonso VIII doce años atrás.

Pero Fernando III no sucedió de inmediato a su abuelo en el solio de Castilla, habría de pasar un periodo de tres años, el breve reinado de su tío Enrique I, quien debido a su minoría de edad, tuvieron que ser otros quienes ejerciesen la regencia del reino en su nombre. En una carta testamentaria que no se ha conservado, pero que en función de las
noticias transmitidas por las crónicas se sabe que debió existir y que anulaba por lo tanto el antiguo testamento del monarca, Alfonso VIII había dispuesto que la regencia del reino, había de quedar en manos de su esposa, la reina Leonor Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra y por ende, hermana del también monarca Ricardo I Corazón de León. Sin embargo, esta última falleció en el Monasterio de Santa María de Las Huelgas de Burgos veinticuatro días después que su esposo, estableciendo antes de fallecer, que debía ser su hija Berenguela quien ejerciese el cargo de regente de Castilla hasta que su hermano Enrique I alcanzase la mayoría de edad.

Pero lo cierto es que durante la Edad Media, las intrigas de determinados miembros de la aristocracia para acumular en beneficio propio importantes parcelas de poder, fueron una verdadera constante, aprovechando sobre todo momentos de debilidad interna como podían ser las minorías de edad de algunos soberanos; algo que ya había acontecido durante la minoría de edad de Alfonso VIII, y que volvería a repetirse en este momento. De tal modo que se presionó por parte de ciertos sectores de los poderes laicos, para que la reina Berenguela cediese la tutela del rey Enrique I y la regencia del reino a Alvaro Núñez de Lara, estableciéndose eso sí, cierta cláusula en la cual se advertía que en todos aquellos asuntos de importancia, nada había de hacerse sin la previa voluntad y el consentimiento de la reina. Se iniciaba de este modo en Castilla una clara situación de desgobierno -tal como ha sido denominada por parte de todos aquellos autores que han abordado los hechos acontecidos en esta época-, en la que de forma paulatina, fueron consolidándose dos facciones perfectamente definidas: por una parte, aquellos que apoyaban al regente, el conde Álvaro Núñez, quien no hacía sino utilizar su nueva posición para su propio medro y beneficio personal, y la de los que pueden denominarse como los partidarios de la reina Berenguela, y que tuvo su punto álgido en la denominada como “Ruptura de Valladolid” en agosto de 1216, que habría de desembocar poco tiempo después, a finales de ese mismo año, o a lo sumo, a comienzos de 1217, en un enfrentamiento armado entre ambos bandos.

Aunque puede afirmarse que los escenarios de esa confrontación fueron varios, quizá el más importante fuese precisamente el de la Tierra de Campos, siendo muchos de sus protagonistas, miembros de la aristocracia laica asentada en estos territorios. Y es que aunque en el bando de la reina Berenguela militaban algunos de los magnates más destacados de los poderes laicos de Castilla, como Lope Díaz de Haro, Guillén Pérez de Guzmán, García Fernández de Villamayor, Gil Manrique o Ruy Díaz de los Cameros entre otros, sobresalieron de forma notoria los integrantes de dos grupos aristocráticos ubicados en el solar de los antiguos Campos Góticos: los Girón y los Téllez de Meneses. Y más concretamente personajes de talla de Gonzalo Rodríguez, quien en esos momentos ocupaba la jefatura de la parentela de los Girón, quien había sido mayordomo de Alfonso VIII y del propio Enrique I hasta que tuvo lugar la ruptura con el regente. Sin duda alguna, Gonzalo Rodríguez puede ser considerado como el magnate más poderoso de estas tierras, y no sólo en función del volumen de sus propiedades, sino también por ser tenente o delegado de la autoridad regia, en localidades como Autillo, Gatón, Herrín, Carrión de los Condes, Monzón de Campos o Torremormojón; no existió en estas tierras desde la figura de Pedro Ansúrez, un miembro de la aristocracia que acumulase en sus manos tanto poder como Gonzalo Rodríguez, quien contaba también con el apoyo incondicional de su hermano Rodrigo Rodríguez. Pero junto a este último también cabe hacer mención a Alfonso Téllez de Meneses, personaje que no sólo estaba implantado en su solar de Meneses de Campos, sino también en otros lugares de la geografía palentina, y que en esos momentos puede ser considerado como el principal
adalid del reino en la frontera occidental con León y en las fronteras con Al-Andalus; auxiliado también en esos momentos por aquél que era su principal colaborador: su hermano Suero Téllez de Meneses.

Es por ello que el principal objetivo del regente Álvaro Núñez consistía en la devastación de sus tierras y en la derrota de todo ese conjunto de personajes que apoyaban a la reina Berenguela. De hecho, las crónicas señalan como el ejército del conde Álvaro Núñez partió de Valladolid arrasando las propiedades que los Girón tenían en el Valle de Trigueros, haciendo referencia de inmediato a dos hechos de armas. En primer lugar, el asedio y toma del castillo de Montealegre de Campos, en el cual Suero Téllez de Meneses se había hecho fuerte. A este respecto, la Crónica Latina de los Reyes de Castilla afirma que este magnate rindió la fortaleza al ver al monarca Enrique I junto a los sitiadores. No obstante, quizás contengan una mayor carga de lógica las noticias proporcionadas por el arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada en su Historia de los Hechos de España, quien establecía como causa principal de la caída de esta fortaleza a la falta de efectivos militares para su defensa, ya que tanto Alfonso Téllez de Meneses como Gonzalo Rodríguez Girón, se negaron a enviar tropas para reforzar la defensa de este castillo o para levantar el sitio. Se trata de una explicación que presenta una mayor coherencia desde el punto de vista de la estrategia militar; máxime si se tiene en cuenta que el objetivo principal debía ser ante todo la protección de la reina Berenguela, que en esos momentos se encontraba ya en el castillo de Autillo, al cual había acudido por razones de seguridad desde el Monasterio de Santa María de las Huelgas de Burgos, donde se hallaba en el momento de la ruptura política. El segundo de estos hechos de armas a los que aluden las fuentes es un nuevo sitio, en este caso, aquél al que se vio sometido Alfonso Téllez de Meneses en la fortaleza de Villalba de los Alcores. A este respecto, las crónicas muestran una mayor unanimidad al afirmar que al contrario que en Montealegre, este magnate resistió las acometidas de las fuerzas del regente. Es cierto que aquí las circunstancias eran diferentes, seguramente porque Alfonso Téllez tenía en su manos una estructura de poder mucho más fuerte que la de su hermano Suero. No en vano, en esos momentos ocupaba la jefatura de su parentela, y posiblemente tendría bajo su mando un mayor número de caballeros y guerreros para sostener ese sitio con mayores garantías de éxito que las que había mostrado su hermano Suero en Montealegre, por lo que es probable que sea precisamente en este aspecto, donde haya que buscar las causas por las que este magnate pudiese haber resistido en su fortaleza de Villalba, las acometidas de los ejércitos del conde Alvaro Núñez de Lara.

Fue durante esos días de guerra abierta cuando Berenguela y sus partidarios, recibieron en Autillo la noticia de muerte de Enrique I durante su estancia en la ciudad de Palencia. Es cierto que por derecho sucesorio, el solio de Castilla correspondía a la primera, pero plantearon la posibilidad de que lo más adecuado sería asociar la figura de su hijo Fernando -descendiente de su matrimonio con Alfonso IX de León y que había sido declarado nulo por la Santa Sede en función del alto grado de consanguinidad entre ambos cónyuges-, al trono de Castilla; es decir, que la soberana estaba dispuesta a abdicar y ceder a su hijo sus derechos sobre el reino. Por ello, lo que se hizo fue traer con la mayor celeridad al infante Fernando, quien a la sazón permanecía en la ciudad de Toro junto a su padre, al castillo de Autillo de Campos, en una hábil maniobra protagonizada por Gonzalo Rodríguez y Lope Díaz de Haro, procurando no levantar sospechas, ya que en esos momentos, Alfonso IX de León estaba en negociaciones con el conde Álvaro Núñez para casar a Enrique I con una de sus hijas, desconociendo por
completo la noticia del fallecimiento del primero. Al parecer, fue en Autillo de Campos donde se proclamó, al menos por “primera vez”, a Fernando III como rey de Castilla. Es cierto que aquellos aspectos concernientes a dicha proclamación pueden generar controversias de carácter historiográfico, dado que la mayor parte de los autores que han abordado esta temática, comenzando por el propio Julio González -posiblemente uno de los mayores expertos en la materia, como queda de manifiesto en su extensa obra Reinado y diplomas de Fernando III-, insisten en afirmar que “no consta que hubiese solemnidades en Autillo”, y que no fue hasta días más tarde -concretamente proponían la fecha del 2 de julio de 1217-, cuando tuvo lugar dicha proclamación, no en esta localidad, sino en Valladolid, una vez que la reina Berenguela renunció a sus derechos abdicando a favor de su hijo ante la mayor parte de los poderes del reino. Ahora bien, de forma obligatoria, conviene tener en cuenta un detalle, dado que todos esos autores parecen haber basado sus trabajos en las noticias transmitidas por dos obras cronísticas concretas: la Crónica Latina de los Reyes de Castilla y la Historia de los hechos de España del arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada. En ellas no se hace referencia en lo más mínimo a esa posible proclamación en Autillo, sino que únicamente se alude a la celebración de cierta Junta donde se determinó la marcha a Palencia. Sin embargo, si se accede a las páginas de la Primera Crónica General de España, se observa como en ellas se dice de forma taxativa que tras su llegada a Autillo desde Toro: “allí en Otiello le alçaron rey”. Se trata de un dato que conviene tener en cuenta dado que esta crónica, aunque similar a las anteriores en lo concerniente al resto de sus contenidos, parece introducir datos nuevos al respecto; además, no hay que olvidar que el propio Alfonso X participó en su redacción, y que como hijo de Fernando III debía tener conocimiento de lo sucedido allí. Y es que en cierto modo, no resulta ilógico pensar que todo ese conjunto de magnates a los que se ha hecho alusión, conocedores de la decisión de renuncia al trono adoptada por su madre, le aceptasen de inmediato como soberano, jurándole allí mismo fidelidad y obediencia. El acto posterior que tuvo en Valladolid pocos días después lo que parece encerrar es una mayor solemnidad, al ser reconocido Fernando III -no sólo nuevamente por sus partidarios-, sino también por otras autoridades y poderes del reino como eran los obispos de Palencia y Burgos, o el conjunto de ciudades y concejos de la Extremadura, que hasta esos momentos habían prestado apoyo al regente como tutor del rey Enrique I, y que por supuesto no estuvieron presentes en Autillo. Se trataría más bien de una proclamación oficial como soberano por parte de todos los poderes del reino, recibiendo el correspondiente homenaje en la Abadía de Santa María la Mayor, frente a esa posible primera proclamación en la localidad terracampina, que quizás revistiese un carácter más privado, al contar únicamente con el concurso de sus partidarios.

Pero a pesar de esa proclamación, o proclamaciones si así se prefiere, como soberano de Castilla, el joven monarca todavía tuvo que conjurar dos peligros que permanecían latentes. Por una parte, hacer frente a la agresión leonesa, dado que Alfonso IX, consciente de que había sido objeto de engaño al permitir la salida del todavía entonces infante de Toro, y como consecuencia de sus pactos con el conde Álvaro Núñez y del apoyo solicitado por este último, había entrado en Castilla por Tierra de Campos, tomando en una rápida cabalgada los lugares de Villagarcía, Urueña y Castromonte, llegando hasta Arroyo de la Encomienda y Laguna de Duero. Conjuntamente y en otro teatro de operaciones, su hermano Sancho Fernández, se desplazaba por las tierras de la Extremadura esperando encontrar apoyos en sus ciudades. La derrota de este último por las milicias abulenses obligó a Alfonso IX a levantar su vivac de Laguna, dirigiéndose desde allí a la ciudad de Burgos con la esperanza de conquistar la urbe pero fracasando en dicha empresa, obligándole a regresar a tierras leonesas. Por otra, poner fin a la ya abierta rebeldía del conde Alvaro Núñez y sus congéneres, quien se negaba a aceptar al nuevo soberano a no ser que se le concediese su tutela, lo que obligó a Fernando III y su madre a emplearse a fondo contra estos últimos, sometiendo de forma paulatina aquellas fortalezas que los Lara tenían bajo su poder, como eran los casos de Muñó, Lerma y Lara, o haciendo frente a algunas de sus incursiones, como la que tuvo lugar en Belorado donde el conde Álvaro Núñez llegó a devastar la población. La captura del antiguo regente por parte de Alfonso Téllez de Meneses y sus caballeros, acaecida en una escaramuza en las cercanías de Palenzuela, y las treguas firmadas con el reino de León, que trajeron consigo el reconocimiento de Fernando III por parte de su padre como soberano de Castilla, ponían fin a toda esa etapa de inestabilidad política por la que había atravesado el reino desde el fallecimiento de Alfonso VIII.

Se iniciaba de este modo una nueva época, un nuevo periodo, que había de traer importantes cambios en el devenir histórico del Occidente peninsular y en un doble sentido. Primero, con el posterior acceso de Fernando III al trono de León tras el fallecimiento de su padre en 1230, con el que se consolida la definitiva unión de los reinos de occidentales y se recuperaba la hegemonía peninsular que estos habían tenido durante los días de Alfonso VI y Alfonso VII. Segundo, el definitivo impulso que se dio -ya desde el año 1224 como consecuencia de las decisiones tomadas en la curia celebrada en Carrión-, a la labor de conquista de los territorios islámicos, aprovechando para ello la situación de inestabilidad política por la que atravesaba el Al-Andalus almohade, lo que conllevó a la ocupación de los territorios de Córdoba, Jaén y Sevilla y la posterior repoblación de los mismos. Pero esa, como se suele decir siempre al finalizar, es otra historia.

Andrés Barón. Conferencia impartida en Autillo de Campos el 14 de Junio de 2014.