3 de julio de 2015

Añoranza




 Fotos: Julio Prieto
Texto: Paco Vega

AÑORANZA

En un puñado de trigo está presente el orgullo, la esperanza y el afán del labrador. La tierra es la madre de estos granos; pero el labrador sabe que estos no alcanzarían su importancia en la despensa del hombre, si él no cumpliera con esmero su trabajo.

La labranza de nuestros abuelos era fruto de una experiencia acumulada durante más de dos mil años, Pero en su generación, por ejemplo, pasaron del arado romano, con sus variantes y mejoras, al arado multi-reja accionado por tractor. De la siega manual con una hoz y una zoqueta, a la todopoderosa máquina cosechadora.

De la noche a la mañana, han dejado de existir todas las labores que se hacían en las eras. Ya no hay carros, ni caballos, no hay mies, ni morenas que acarrear, no hay hacinas que extender, no hay trillos, ni parvas, ni máquina de beldar, ya no se canta en las eras, no hay merienda familiar, ya no hay vida en las casetas, ni aperos que guardar.

Casi no se dieron cuenta que estaban asistiendo como victimas, a una verdadera revolución en el proceso de la obtención del cereal. Aunque los protagonistas eran y serán siempre los mismos: el Labrador, la Tierra y la Simiente. Pero todos estos avances cambiaron profundamente la forma de vida de la población campesina. Anularon muchos puestos de trabajo y obligaron a muchas familias a emigrar, en busca de otros medios de vida.

El trabajo y sacrificio de nuestros abuelos y padres, sus vidas llenas de privaciones y de necesidades. La alegría que sentían al levantar las gavillas, el compartir la comida: queso y vino con los demás segadores, el gobernar los caballos y las mulas, las meriendas en la era, la trilla y el acarreo. Llevar el trigo al molino de la fábrica de Abarca, el olor a harina fresca y asistir al horno mientras se cocía el pan.

Todo esto hace que nosotros, los que recordamos aquellos tiempos, sintamos nostalgia, un sentimiento que nos embarga y nos hace sentir un “nudo en la garganta” al recordar los detalles de aquella forma de vivir y trabajar de nuestros mayores.

Los niños que vivimos aquellas costumbres quedamos marcados por la melancolía que nos traen estos recuerdos.


(Texto extraído de los "Recuerdos de Autillo", de Paco Vega)